Es asombrosa la cantidad de palabras que pueden ser adjetivadas con la expresión “2.0”: a las tradicionales web o empresa, se les pueden sumar bibliotecarios, elegancia, fútbol… Casi un diccionario paralelo que los invito a descubrir con una simple búsqueda de Google.

La evolución propuesta por el concepto 2.0 se relaciona con potenciar capacidades y resultados en un entorno de colaboración sustentado, principalmente, por redes sociales. Así entendido el tema, es razonable que  la adopción del “2.0” tenga fuerte impacto en distintos órdenes y que cada espacio se apropie del término y reinvente la significación que mejor lo representa.

Redes informáticas que viabilizan múltiples redes sociales, que a su vez replican identidades virtuales sobre personas o entidades reales; facilidades para la generación y publicación de contenidos que (como este mismo blog) alimentan una gigante vidriera electrónica para visitantes furtivos. Quizás en un pícaro guiño la web finalmente nos mostró su doble faceta, de red y telaraña y sin darnos cuenta quedamos atrapados: ¿Somos realmente los protagonistas de un cambio 2.0 o simplemente una versión modernizada de Robinson Cruzoe que reemplazó la botella al mar por tecnología, bits y bytes?

El eje del debate planteado no pasa por denostar la tecnología y sus aplicaciones, todo lo contrario. El tema en discusión es si el uso que hacemos de estas herramientas nos lleva al fin para el cual las adoptamos. Es la distancia que existe entre conectividad y comunicación, entre contar con información y estar informados.
Las empresas están preocupadas por desarrollar su estrategia de participación en las redes sociales más populares y utilizar los múltiples canales electrónicos para hablarle a su  mercado;  está bien que así sea, es una realidad ineludible. Sin embargo, parece que la necesidad de estar y comunicar ha saturado los vínculos: los feeds engrosan carpetas que no se abren, ya no hay tiempo para recorrer muros, subir o bajar pulgares virtuales. ¿Qué está necesitando nuestro cliente: que le hablemos más o que lo escuchemos más? ¿Qué es realmente lo que le interesa? ¿Qué tipo de comunicación prefiere? Antes de pensar en tecnologías, cuál es nuestro objetivo: sumarle una botella a su océano de contenido o ayudarlo a llegar a tierra firme.
Pasamos del relacionamiento uno-a-uno a lo social, a seguir personas y empresas automáticamente. En pos de sumar redes y contenido, perdimos cercanía. Ganamos en volumen de datos, deberíamos analizar cuánto aprendimos. Desde premodo creemos que es tiempo de pensar qué capacidades nos llevarán a superar estas paradojas 2.0. De qué modo podremos aprovechar la flexibilidad de la telaraña para impulsarnos y avanzar, sin quedar atrapados.
Quizás nos ayude, como cierre, leer una cita del libro “Nadie acabará con los libros” (paradoja de regalo) donde el cineasta francés Jean-Claude Carriére se/pregunta “Pero si hoy disponemos absolutamente de todo, sin filtro, de una cantidad ilimitada de información accesible en nuestros ordenadores, ¿en qué se convertirá la memoria? ¿Qué significado tendrá esta palabra? Cuando tengamos junto a nosotros a un criado electrónico capaz de responder a todas nuestras preguntas y también a todas las que no conseguimos formular, ¿qué nos quedará por conocer? Cuando nuestra prótesis lo sepa todo, absolutamente todo, ¿qué deberemos aprender aún?” y Umberto Eco le responde: “El arte de la síntesis”.